Había una vez, en una clase de 4 años llena de sonrisas y juegos, un grupo de niños muy especiales. Cada día, uno de ellos recibía un gran regalo: los poderes mágicos para ser el encargado.
Esos poderes no se veían con los ojos, pero brillaban en el corazón. Hacían que el encargado pudiera ayudar, guiar y cuidar de la clase con mucha alegría.
Al terminar su misión, el encargado debía compartir su magia. Y entonces ocurría el momento más esperado:
Se ponía de pie, sostenía la varita mágica y decía con voz fuerte y feliz:
✨ “Hoy fui el encargado, pero ahora paso mis poderes a [nombre del niño/a].”
Todos los compañeros aplaudían, reían y mandaban su energía con un ritual “ CAE LA YEMITA”
Y así, el nuevo encargado recibía los poderes, se colocaba el símbolo mágico y anunciaba con orgullo:
🌟 “Yo soy el encargado de hoy. ¡Gracias!”
El aula se llenaba de aplausos y alegría, y todos sabían que juntos habían hecho posible que la magia del paso de poderes siguiera viva cada mañana.
Y colorín, colorado… ¡los poderes fueron entregados!
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